NOVENO MENSAJE PROGRAMÁTICO:

HACIA UNA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA

La constancia y perseverancia de las víctimas es más resistente y vence la injusticia y la impunidad.

Las víctimas sabemos de luchas de larga duración, nunca nos rendimos y siempre logramos que prevalezca la verdad y la justicia.

La nuestra es la victoria moral, la memoria y la historia, no la cárcel ni la venganza.

Queridas compañeras y queridos compañeros:

He decidido pronunciar el noveno de mis discursos programáticos -el último de esta primera etapa de campaña- aquí, en la ciudad de Bogotá: capital no solo de nuestro país, sino también de muchas de las luchas y conquistas más emblemáticas del pensamiento y la acción progresista.

Bogotá ha sido escenario de grandes transformaciones. Fue aquí donde gobernó quien hoy es nuestro presidente, Gustavo Petro Urrego, y donde comenzaron a tomar forma las primeras políticas que pusieron en el centro la vida y la dignidad humanas, la defensa de lo público y la urgencia de un cambio social real.

Por eso, la experiencia de la Bogotá Humana no solo marcó una nueva forma de gobernar: se convirtió en un hito fundamental en nuestro camino hacia una nación más justa y más humana.

Gracias, Bogotá rebelde y democrática, a sus movimientos sociales, populares y ciudadanos.

Como dije, he elegido esta ciudad para presentar este noveno mensaje dedicado a esbozar mi propuesta de revolución política democrática, con el que completo mi propuesta programática inicial en esta campaña que lleva por título: Las tres revoluciones para una Colombia potencia mundial de la vida.

Para el Pacto Histórico en eso consiste nuestra labor electoral: no en la política del espectáculo ni en la compra de conciencias o el derroche de miles de millones de pesos.

Lo nuestro consiste en una propuesta pensada y dialogada con la gente, que le ofrecemos al país para elegir en 2026, como con toda seguridad lo vamos a hacer, el segundo gobierno de la gran transformación histórica y social de Colombia, y continuar la obra de nuestro digno presidente Gustavo Petro.

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A lo largo de estos discursos he empleado conscientemente la palabra revolución para definir la necesidad de intensificar, crecer y hacer irreversibles las transformaciones sociales ya logradas en nuestro primer gobierno progresista.

¿A qué clase de revolución me refiero?

La revolución que necesita Colombia debe ser pacífica, participativa y una transformación profunda, no meramente superficial.

Cuando digo que debe ser pacífica, me refiero a que el cambio no puede surgir de la violencia: no es con las armas es con las consciencias. No es con la fuerza, es con la inteligencia e imaginación del pueblo colombiano.

En este sentido, aprovecho para hacer un llamado claro y directo a todos los grupos armados: cesen sus acciones violentas contra la población civil. Respeten las normas humanitarias. No más asesinatos de líderes y lideresas sociales, no más persecuciones a quienes firmaron la paz. Les invito a dejar atrás la vía armada y sumarse al camino del diálogo, de la transformación pacífica.

Esta revolución también debe ser participativa, es decir, democrática. No puede ser impuesta desde arriba por un caudillo o por un partido autoritario. El verdadero cambio social nace de la conciencia colectiva, del deseo reflexionado y voluntario de una ciudadanía organizada, que construye su destino desde la base.

Y, finalmente, debe ser una revolución profunda, que transforme de verdad. No basta con maquillajes institucionales o reformas simbólicas. El cambio debe tocar las estructuras, cuestionar las costumbres y renovar las mentalidades. Por eso, es un proceso que toma tiempo, que requiere paciencia, compromiso y visión de largo plazo.

Nuestro segundo gobierno progresista representa también un segundo paso en ese camino de transformación. Un paso hacia un cambio que debe ser irreversible.

Compañeras y compañeros:

He hablado de revoluciones en tres grandes campos: una revolución ética, que por su esencia es un hondo cambio en el campo de la consciencia, de la cultura y de la educación. He hablado también de una revolución económica y social: la revolución agraria, la lucha por la igualdad social y contra la pobreza, la revolución de las transformaciones territoriales.

Hoy les hablaré de mi propuesta en el campo de la revolución política, de la democracia, de la paz, y del poder constituyente.

Necesitamos superar los males que han afectado y afectan el ejercicio democrático de nuestro país: el miedo a la democracia de los más poderosos, el odio hacia los pobres y desprecio a las capas medias; el conservatismo que se resiste a las reformas sociales, a cualquier cambio por mínimo que sea; la violencia y el uso de las armas para zanjar los conflictos que han llevado desde la persecución política hasta el genocidio; la descomposición de la política por efectos de la macrocorrupción.

Ese es el círculo vicioso del miedo, del odio, del egoísmo, de la violencia y de la degradación de la política que impide a la gente, a los jóvenes, a los sectores sociales, a las mujeres, a quienes no tienen aparatos armados o mafiosos a su servicio, participar libremente en la vida pública.

De modo que hoy se extiende un imaginario negativo de la política, la creencia en muchos de que, sea cual sea el proceso o la ideología política, todo termina siempre en corrupción, mafias y violencia.

Para contrarrestar esa imagen que contribuye a generar una peligrosa despolitización de los sectores sociales, o peor, de la sociedad en su conjunto, que solo beneficia a los poderes conservadores y criminales, conviene recordar la historia y repasar nuestra memoria: ahí están nuestras y nuestros dirigentes que prefirieron entregar su vida por un futuro mejor para el país.

Su ejemplo de coherencia política es el antídoto de la desesperanza, del miedo o de la violencia.

Su ejemplo es el que nos anima a organizar y movilizar a la gente.

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Si queremos, entonces, abrir un nuevo camino para el país hacia la democracia, la equidad y la paz, se hace necesario que se articulen dos dinámicas que representa bien el Pacto Histórico.

Por una parte, vamos a seguir fortaleciendo la movilización y el poder de los sectores populares, y por otra, vamos a construir un verdadero Acuerdo Nacional, que sea el resultado de un diálogo entre todas las fuerzas políticas, económicas y sociales y, no simplemente, la reproducción de un nuevo pacto de élites.

1.- Poder constituyente y movilización social

Como ha dicho el presidente Petro, necesitamos un poder constituyente activo, permanente, con capacidad transformadora.

¿Qué significa, en términos sencillos un poder constituyente?

Es una actitud y una práctica constante de la ciudadanía, es el poder de la gente no únicamente cada cuatro años, sino todos los días. Es entender la democracia como un proceso siempre vivo, inacabado y siempre en construcción.

Significa que el pueblo, organizado en su diversidad, puede y debe transformar las instituciones constantemente para que respondan al bien común. No esperar a que “los de arriba” cambien las cosas, sino ejercer presión, iniciativa y control desde abajo.

Sin duda, en nuestro gobierno ha crecido la conciencia política del pueblo colombiano. Esa es tal vez la mayor conquista que tenemos hoy: porque un pueblo que ha despertado a la conciencia de la revolución social es imparable.

Tenemos ya una ciudadanía que sabe movilizarse y reclamar como lo vimos en las calles durante el estallido social de 2021, en las mingas indígenas, en las marchas de mujeres, en tantos escenarios. El pueblo colombiano no es apático, quiere participar, pero siente que las estructuras políticas le han fallado. Entonces, nuestro deber es velar por que se haga realidad la participación desde abajo.

No son solo las élites, también los dirigentes del Pacto Histórico debemos curarnos de un mal que padecemos: la sordera política, la indiferencia hacia los movimientos sociales. Y la única forma de hacerlo es yendo al encuentro de la gente en los territorios, en los barrios populares, allí donde se dan las verdaderas luchas de nuestro pueblo.

Como lo ha pedido hasta la saciedad el presidente Petro: requerimos un poder constituyente, un poder ciudadano y popular, un sujeto de cambio que no pueda ser sometido ni doblegado.

En nuestro segundo gobierno, nos proponemos desatar un amplio proceso de participación, deliberación y acción política, del movimiento social, las organizaciones, comunidades y ciudadanías. Este es un factor determinante para la profundidad de los cambios.

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2.- El Acuerdo Nacional soportado sobre el poder constituyente

Mi propuesta, en consecuencia, es que sobre el plano de esa movilización y poder constituyente fortalecidos se desarrolle un diálogo que conduzca a un verdadero Acuerdo Nacional.

La movilización social y el poder constituyente, en este caso son la garantía de que no iremos simplemente a un pacto de élites o hacia un acuerdo de reformas cosméticas.

Será el escrutinio y la vigilancia social la que impida que lleguemos a una concertación tibia y superficial que no resuelva problemas de fondo.

Óigase bien: una vez elegido como nuevo presidente de la República, convocaré a todas las fuerzas políticas, sociales y económicas, comenzando por las organizaciones sociales y populares, a que conformemos la Mesa del Diálogo Nacional, en la que sin perder el tiempo en conversaciones retóricas y, para decirlo en lenguaje popular, “sin carreta”, definamos, entre otros, los siguientes puntos:

– Una agenda temática que deberá incluir necesariamente las reformas sociales que resta por hacer, la búsqueda de la paz en los territorios y en el país, problemas como un modelo diferente para tratar el problema del narcotráfico y la gran minería ilegal; la cuestión de las transformaciones territoriales.

– Un cronograma para que lleguemos en un tiempo razonable al acuerdo buscado, sin afanes, pero sin dilaciones.

– E igualmente, uno o varios mecanismos de implementación de los acuerdos que pueden ser una asamblea nacional constituyente, o leyes y reformas constitucionales adoptadas por una vía expedita.

El problema de los acuerdos nacionales ha sido el que sean de élite o insuficientes en la participación real y decisoria de las organizaciones sociales y populares.

El Acuerdo Nacional no será un club privado, donde solo entran socios privilegiados mientras el pueblo se queda en la puerta sin ser admitido.

En nuestro caso, el pueblo estará sentado en la mesa del gran diálogo nacional, pero también estará en las calles atento a si se requiere su movilización para garantizar que no sea burlada la voluntad del constituyente primario.

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Quiero concluir con una reflexión que nace desde lo más hondo de mis convicciones. Después de dos décadas de intervenir en mesas de paz, como facilitador, mediador y negociador, he llegado a la conclusión de que siempre es posible llegar a un acuerdo, no importa que tan distantes estén las partes y sus representantes.

No habrá paz completa si la ciudadanía siente que no cuenta, que sus problemas no importan, que sus derechos no son respetados.

Porque la paz se construye hablando y escuchando, reconociéndonos todos como partes de un mismo país en el que cabemos con nuestras diferencias. ¡Porque el acuerdo nacional no se circunscribe al Congreso y a las reformas. Significa llegar a un acuerdo fundamental y nacional que nos permita abordar los problemas de fondo que tenemos!

No le tengamos miedo a la democracia participativa. Tengámosle miedo, más bien, a perpetuar una democracia vacía que alimente la frustración. Abracemos el desafío de deliberar, de escuchar al contradictor, de buscar consensos desde la base, de lograr un Acuerdo Nacional. Así se teje la paz: reconociendo la dignidad de cada colombiano y colombiana, garantizando que nadie quede por fuera.

Compañeras y compañeros:

Llegó la hora de la participación. Somos la primera fuerza política en el país que organiza una consulta democrática para elegir a sus candidatas y candidatos. Esa es la mejor demostración de que somo una fuerza organizada, amplia e incluyente que puede guiar los destinos de nuestra nación.

Yo soy un hijo más de nuestro gran pueblo, que hoy tiene la responsabilidad de seguir adelante con la tarea que ha desempeñado con tanto merecimiento y sacrificio nuestro presidente Gustavo Petro.

Mandaré obedeciendo, y escucharé dialogando.

Hoy estoy listo, con todas y todos ustedes para comenzar el segundo período que será el de las revoluciones políticas, sociales y éticas que nos llevarán a ser una potencia mundial de la vida.

 

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